La escritura otra
El caso de Serge André
Algunas novelas de Gabriel Miró, de Gerald de Nerval, de Virginia Wolf, de Alain Fournier, de Lawrence Durrell, de Marguerite Yourcenar, de Julio Cortázar, de Juan José Arreola, de José Bianco, de Reinaldo Arenas, han merecido el calificativo de “novelas líricas”: veáse el libro de Ricardo Gullón, La novela lírica, Madrid, Cátedra, 1984. Ortega diagnosticó el problema al afirmar que en la novela moderna la esencia no está en lo que pasa, sino “precisamente en lo que no es “pasar algo”, en el puro vivir, en el ser y en el estar de los personajes, sobre todo en su conjunto o ambiente”. Rubén Darío había pedido “ama tu ritmo”, y Juan Ramón Jiménez dijo más de una vez que libros como Diario de un poeta recién casado y Animal de fondo responden al ritmo del mar que los alentó al nacer. En resumen: hay libros en prosa que por su preocupación y lucha con el lenguaje, la intensidad de su introspección, su particular sentido del ritmo y el tono, su velocidad narrativa y su compromiso con la creación, están muy cerca del quehacer poético. Uno de esos libros es Flac, de Serge André, México, Siglo XXI Editores, 2000, en la extraordinaria traducción de Tamara Francés y Néstor A. Braunstein.
En esta libro, Flac es un niño de edad indeterminada, como entre 6 y 7 años, que fantasea con la idea de ser masacrado y resucitar, y que se habla a sí mismo con demasiadas y distintas voces. Por ejemplo:
“!Ah! ¡Ah! Estimado amigo, mi querido, han llegado el gran día y la gran noche… Luz y noche, de oro, de rojo y de negro. Loor; herida, deshonor. El momento de la verdad. ¡Por fin! ¡Que caigan las máscaras! ¡Y fuegos artificiales, bombas, granadas, balas luminosas y sin cuartel! Derrotado el Flac, confundido, aniquilado. Saqueado, acribillado, pisoteado. Estás perdido, amigo mío, perdido ¿entiendes? Ya no te levantarás, todo se hunde, es el fin. ¡El fin! ¡A la basura! ¡A la cloaca! ¡Al magma! La sentencia cae, ¡clac!, y con ella cae tu cabeza en el cesto del suplicio. El Señor Presidente ha perdido la cabeza, ha visto rojo y amarillo y negro, sol y estrellas, nadir y cenit a la vez… Sin piedad, sin circunstancias, sin dado qué. ¡Ejecución! Gran orquesta, a la orden ¡marchen! Todos los instrumentos, cada uno para sí, cada uno con su música. Alboroto, barullo, batahola. ¡Canten, griten, lloren, bromeen, golpeen con pies y manos, rompan arcos y batutas, vuelen violines y flautas! Foso en delirio, hoyo negro ensordecedor, tonitronante, ultrasonante. Cacofonía de vociferaciones, aullidos, carillones. ¡Crujan, rechinen, suenen! Bramidos, estertores y lágrimas. Corno, matraca, castañuelas y sirenas, címbalos, triángulos, trompetas. ¡Grandes tambores! Canon desacompasado, coro anárquico, fanfarria disarmónica. ¡Pasen, pasen! ¡Bombardeen la cabeza del pobre títere, del lamentable mitómano, del chiquillo ridículo! Señor Ridículo, el pequeño ridículo, el insignificante, Señor migaja, Señor colilla que se barre de la mesa con un servilletazo… ¿Creía saber qué es la desdicha el pequeño presumido, imaginaba haber pasado por el colmo del deshonor, la cumbre del sufrimiento, el abismo del desamparo? Amigo mío… ¡nos das risa, eres una verdadera princesa del guisante, una delicada, una muñequita envuelta en plumón de ganso! ¡Una muñeca, sí, una muñeca! Un pedazo de tela relleno de algodón con dos ojitos de vidrio en la cabeza! ¡Espera!, vas a ver, vas a sentir, a captar con fineza lo que es ser desollado, descuartizado, hecho pedazos. Y esto apenas empieza, amigo mío, es tan sólo la introducción… Desbordado por la tormenta de tus voces interiores, ya sin poder apoyarte sobre ninguna palabra, devastado, hundido, lastimado, ya no eres sino un vientre azotado por Terror y Rabia, estómago convulso, intestinos retorcidos, vesícula palpitante. Tus miembros se dislocan, se descolocan, se agitan o se petrifican. Te ves como una marioneta con los hilos enredados. Tú te ves…” (p 53-54)
La novela al terminar es continuada por un extraordinario ensayo del mismo André, La escritura comienza donde el psicoanálisis termina, que finaliza así:
“¿Qué es la belleza en literatura? Es un dicho, una forma del decir que fractura el infinito parloteo interior y la ruidosa charla orgánica del discurso común. Un dicho que acalla, al menos por un instante, el estruendo, y que nos anuncia, como extraño a ese lenguaje al que estamos uncidos, la irrupción de una lengua que llega a ser Otra que ella misma. Un dicho que se impone, como una aparición que viene de la nada y que regresa a la nada, que hace súbitamente palpable el silencio del que procede y que trae, así como la Torah trae el nombre del dios de Moisés, aquello que abre en nosotros, lectores, el porvenir de una página virgen sobre la cual nada más podría inscribirse. Incipit vita nova” (p 205).
¿No estará hablando de poesía?...
De Serge André también hay en español, ¿Qué quiere una mujer?, México, Siglo XXI Editores, 2002, 290 p Traducción de Margarita Gasque y Antonio Marquet.
El caso de Serge André
Algunas novelas de Gabriel Miró, de Gerald de Nerval, de Virginia Wolf, de Alain Fournier, de Lawrence Durrell, de Marguerite Yourcenar, de Julio Cortázar, de Juan José Arreola, de José Bianco, de Reinaldo Arenas, han merecido el calificativo de “novelas líricas”: veáse el libro de Ricardo Gullón, La novela lírica, Madrid, Cátedra, 1984. Ortega diagnosticó el problema al afirmar que en la novela moderna la esencia no está en lo que pasa, sino “precisamente en lo que no es “pasar algo”, en el puro vivir, en el ser y en el estar de los personajes, sobre todo en su conjunto o ambiente”. Rubén Darío había pedido “ama tu ritmo”, y Juan Ramón Jiménez dijo más de una vez que libros como Diario de un poeta recién casado y Animal de fondo responden al ritmo del mar que los alentó al nacer. En resumen: hay libros en prosa que por su preocupación y lucha con el lenguaje, la intensidad de su introspección, su particular sentido del ritmo y el tono, su velocidad narrativa y su compromiso con la creación, están muy cerca del quehacer poético. Uno de esos libros es Flac, de Serge André, México, Siglo XXI Editores, 2000, en la extraordinaria traducción de Tamara Francés y Néstor A. Braunstein.
En esta libro, Flac es un niño de edad indeterminada, como entre 6 y 7 años, que fantasea con la idea de ser masacrado y resucitar, y que se habla a sí mismo con demasiadas y distintas voces. Por ejemplo:
“!Ah! ¡Ah! Estimado amigo, mi querido, han llegado el gran día y la gran noche… Luz y noche, de oro, de rojo y de negro. Loor; herida, deshonor. El momento de la verdad. ¡Por fin! ¡Que caigan las máscaras! ¡Y fuegos artificiales, bombas, granadas, balas luminosas y sin cuartel! Derrotado el Flac, confundido, aniquilado. Saqueado, acribillado, pisoteado. Estás perdido, amigo mío, perdido ¿entiendes? Ya no te levantarás, todo se hunde, es el fin. ¡El fin! ¡A la basura! ¡A la cloaca! ¡Al magma! La sentencia cae, ¡clac!, y con ella cae tu cabeza en el cesto del suplicio. El Señor Presidente ha perdido la cabeza, ha visto rojo y amarillo y negro, sol y estrellas, nadir y cenit a la vez… Sin piedad, sin circunstancias, sin dado qué. ¡Ejecución! Gran orquesta, a la orden ¡marchen! Todos los instrumentos, cada uno para sí, cada uno con su música. Alboroto, barullo, batahola. ¡Canten, griten, lloren, bromeen, golpeen con pies y manos, rompan arcos y batutas, vuelen violines y flautas! Foso en delirio, hoyo negro ensordecedor, tonitronante, ultrasonante. Cacofonía de vociferaciones, aullidos, carillones. ¡Crujan, rechinen, suenen! Bramidos, estertores y lágrimas. Corno, matraca, castañuelas y sirenas, címbalos, triángulos, trompetas. ¡Grandes tambores! Canon desacompasado, coro anárquico, fanfarria disarmónica. ¡Pasen, pasen! ¡Bombardeen la cabeza del pobre títere, del lamentable mitómano, del chiquillo ridículo! Señor Ridículo, el pequeño ridículo, el insignificante, Señor migaja, Señor colilla que se barre de la mesa con un servilletazo… ¿Creía saber qué es la desdicha el pequeño presumido, imaginaba haber pasado por el colmo del deshonor, la cumbre del sufrimiento, el abismo del desamparo? Amigo mío… ¡nos das risa, eres una verdadera princesa del guisante, una delicada, una muñequita envuelta en plumón de ganso! ¡Una muñeca, sí, una muñeca! Un pedazo de tela relleno de algodón con dos ojitos de vidrio en la cabeza! ¡Espera!, vas a ver, vas a sentir, a captar con fineza lo que es ser desollado, descuartizado, hecho pedazos. Y esto apenas empieza, amigo mío, es tan sólo la introducción… Desbordado por la tormenta de tus voces interiores, ya sin poder apoyarte sobre ninguna palabra, devastado, hundido, lastimado, ya no eres sino un vientre azotado por Terror y Rabia, estómago convulso, intestinos retorcidos, vesícula palpitante. Tus miembros se dislocan, se descolocan, se agitan o se petrifican. Te ves como una marioneta con los hilos enredados. Tú te ves…” (p 53-54)
La novela al terminar es continuada por un extraordinario ensayo del mismo André, La escritura comienza donde el psicoanálisis termina, que finaliza así:
“¿Qué es la belleza en literatura? Es un dicho, una forma del decir que fractura el infinito parloteo interior y la ruidosa charla orgánica del discurso común. Un dicho que acalla, al menos por un instante, el estruendo, y que nos anuncia, como extraño a ese lenguaje al que estamos uncidos, la irrupción de una lengua que llega a ser Otra que ella misma. Un dicho que se impone, como una aparición que viene de la nada y que regresa a la nada, que hace súbitamente palpable el silencio del que procede y que trae, así como la Torah trae el nombre del dios de Moisés, aquello que abre en nosotros, lectores, el porvenir de una página virgen sobre la cual nada más podría inscribirse. Incipit vita nova” (p 205).
¿No estará hablando de poesía?...
De Serge André también hay en español, ¿Qué quiere una mujer?, México, Siglo XXI Editores, 2002, 290 p Traducción de Margarita Gasque y Antonio Marquet.